Desde los tiempos más remotos el hombre se ha esforzado por medir el tiempo de alguna manera, y generalmente cada región tenía una forma propia de hacerlo. Los ciclos de los astros solían ser las medidas empleadas. El primer calendario que se implantó de manera generalizada, gracias a la expansión del Imperio Romano, fue el calendario juliano.
Estuvo en funcionamiento desde el 45 antes de Cristo hasta el siglo XVI. Julio César, su impulsor, tomó las directrices básicas del calendario egipcio, que le había impresionado por su exactitud, y las adaptó. Se regía por los ciclos solares, lo cual suponía que había quince meses en lugar de los doce que tenemos actualmente. Tras la muerte de Julio César, el emperador Augusto lo volvió a corregir; entre otras cosas, estableció que el primer mes fuera enero.
Con la llegada del cristianismo, la principal preocupación fue que los momentos relevantes del año, como podían ser los equinoccios y solsticios, coincidieran con las principales festividades religiosas. El papa Gregorio XIII estableció una comisión que trabajó en adaptar el calendario juliano siguiendo esta premisa básica. Finalmente, fue un médico veronés llamado Luigi Ghiraldi quien llevó a cabo todas las modificaciones con las que hoy convivimos: doce meses, de entre treinta y treinta y un días (a excepción de febrero).
El calendario gregoriano tuvo, aunque hoy nos resulte extraño, una aceptación muy lenta. No fue hasta principios del siglo XX cuando muchos países terminaron por aceptarlo, llegando al consenso que existe hoy en día en casi todo el mundo. En algunas regiones, como China, todavía utilizan sus propios métodos de medición.
Desde los tiempos más remotos el hombre se ha esforzado por medir el tiempo de alguna manera, y generalmente cada región tenía una forma propia de hacerlo. Los ciclos de los astros solían ser las medidas empleadas. El primer calendario que se implantó de manera generalizada, gracias a la expansión del Imperio Romano, fue el calendario juliano.
Estuvo en funcionamiento desde el 45 antes de Cristo hasta el siglo XVI. Julio César, su impulsor, tomó las directrices básicas del calendario egipcio, que le había impresionado por su exactitud, y las adaptó. Se regía por los ciclos solares, lo cual suponía que había quince meses en lugar de los doce que tenemos actualmente. Tras la muerte de Julio César, el emperador Augusto lo volvió a corregir; entre otras cosas, estableció que el primer mes fuera enero.
Con la llegada del cristianismo, la principal preocupación fue que los momentos relevantes del año, como podían ser los equinoccios y solsticios, coincidieran con las principales festividades religiosas. El papa Gregorio XIII estableció una comisión que trabajó en adaptar el calendario juliano siguiendo esta premisa básica. Finalmente, fue un médico veronés llamado Luigi Ghiraldi quien llevó a cabo todas las modificaciones con las que hoy convivimos: doce meses, de entre treinta y treinta y un días (a excepción de febrero).
El calendario gregoriano tuvo, aunque hoy nos resulte extraño, una aceptación muy lenta. No fue hasta principios del siglo XX cuando muchos países terminaron por aceptarlo, llegando al consenso que existe hoy en día en casi todo el mundo. En algunas regiones, como China, todavía utilizan sus propios métodos de medición.
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